martes, 4 de septiembre de 2007

INGOBERNABILIDAD

Ingobernabilidad:
la elección de Estado
o la política anticrisis neoliberal


El bloque íntegro de la derecha en México –la parte más persignada, neofranquista o “yunquista”, así como la granempresarial o del neocapitalismo salvaje- se jugó el todo por el todo en nuestro país para ganar una elección de cambio del Poder Ejecutivo orquestada desde el propio Poder Ejecutivo saliente, es decir, el presidente Vicente Fox y adláteres.

Una elección de Estado que se jugó desde la trastienda de los videos de Ahumada-Fernández de Cevallos (la mano del CISEN) y el intento de “desafuero” de López Obrador (la guerra personal de Fox contra el Peje), hasta la campaña de odio, polarización social y choque de clases patrocinada por el aparato de gobierno y los grupos de presión de los grandes empresarios, muchos de ellos prestanombres (léase los banqueros).

El gran grito de batalla, el “¡allí viene el lobo!” que operó la derecha ultramontana en todos sus registros fue el espantajo de la ingobernabilidad. Este espantajo fue pregonado por las fuerzas de la ultraderecha reaganeana y thatcherista desde finales de los años 70 y en los 80 del pasado siglo, hasta las actuales histerias del militarismo-petrolero bushiano (bis) en su cruzada por acabar con las libertades de todo el planeta (la Patriot Law y la “guerra preventiva” contra el mundo entero).

¿Qué debemos entender, entonces, por ingobernabilidad? La palabra tiene “cola”, y bastante larga como para pisarla en serio. Cualquier “comentarista” televisivo o de radio se llena la boca con ella. Funcionarios del gobierno o de los distintos partidos, o bien editorialistas o reporteros, profesores o politólogos, de izquierda o de derecha, han utilizado la expresión en esta crisis poselectoral para fines analíticos o, sobre todo, alarmistas.

De hecho, la idea que se maneja es la pérdida de control de las situaciones por parte de los gobiernos, sobre todo cuando éstos han sido recientemente elegidos. Visto así, como se tiende a “entender” en los medios masivos, el aserto tiene como fines ejercer presión o como advertencia. Fue el gran sonsonete de la ultraderecha en su reciente campaña de marketing político.

Un sistema como el mexicano siempre ha sido especialmente sensible a este tipo de exorcismos. Así sacó Fox al PRI de Los Pinos, a la voz de “¡ya,ya,ya!” y “¡hoy, hoy, hoy!”, para culminar los ritos de cambio de piel del régimen pasando del antiguo modelo de partido (casi) único a un virtual bipartidismo (el actual PRIAN) que mantenga vivos los viejos privilegios y compromisos. En este marco de "transición traicionada" resulta especialmente útil un vocablo como el de ingobernabilidad, con su lengua bífida, su ambigüedad premeditada que lo hace servir como radiografía o como visión de apocalipsis.

¿Cuál es la historia del concepto, a qué fines ha servido? Desde la década de los setenta, al proclamar los límites del crecimiento y del Estado social, las referencias a las crisis de la economía mundial, de las finanzas públicas y del medio ambiente, además de las crisis de legitimidad y de la autoridad estatal, la palabra “ingobernabilidad” se tornó tópico cotidiano en cualquier periódico, conservador o liberal, para caracterizar lo que sucedía en la sociedad nacional e internacional.

Ingobernabilidad y
Comisión Trilateral


Así, la fórmula para expresar lo anterior fue la "ingobernabilidad", popularizada por primera vez en el informe de la Comisión Trilateral. En su discurso, los teóricos neoconservadores de la crisis consideraban como causante de ésta a los acuerdos institucionales de la democracia de masas del Estado de bienestar -en sus versiones inglesa, estadunidense o bien socialdemócrata-, correspondiente al capitalismo tardío o de organización.

Como se recordará, el diagnóstico se fincaba en denunciar el "aumento desproporcionado" de las pretensiones de cogestión del Estado social y de la participación democrática, lo que implicaba suponer una politización exagerada de temas y conflictos que llegó a considerarse como "la codicia incontenida e irreflexiva de los ciudadanos y los trabajadores".

Los síntomas de crisis provenían, según esos análisis, de la diferencia existente entre las pretensiones de la gente y la capacidad de atenderlas, entre el nivel de exigencia y la capacidad de realización del gobierno. Esa discrepancia generaba entonces una dinámica que tendía a reproducir esta situación de crisis en forma agudizada, y por demás apocalíptica: los sistemas ingobernables –se decía- tienden a hacerse cada vez más ingobernables. Ese era el exorcismo contra la política, válido entonces y ahora contra toda posición de izquierda.

En el reverso de esas fórmulas espesas -muy presentes en el discurso neoliberal que predica el Estado adelgazado, pero fuerte a favor del capital- quedaba solapada la realidad de que las sociedades capitalistas viven bajo la sombra, que crece día con día, de organizaciones burocráticas cuyo personal es de carácter profesional.
La racionalidad burocrática tiende a volverse una forma de vida, en términos de que la acepción de burocracia no se refiere únicamente a los procesos de planeación política y administrativa del Estado, sino a las poderosas redes de organización y control que penetran y rigen la vida de las corporaciones privadas.

Así, las relaciones burocráticas de mando y obediencia aparecen a la delantera de todas las esferas de la vida contemporánea: desde las cárceles, las comunicaciones y la salud hasta los campos de la producción, la educación, el derecho y la comunicación masiva. La influencia vigilante, disciplinante, de la organización burocrática profesional se extiende hasta las más íntimas esferas de la vida en el hogar, en las condiciones del capitalismo tardío.

En cada estrato se reproducen los mismos esquemas, sumamente diferenciados, de privilegios, tareas y responsabilidades, cuyo principio organizativo fundamental es la despolitización. A partir de la ultraespecialización tecnocrática, las organizaciones burocráticas se alimentan dondequiera no sólo del culto al prestigio y la autoridad -común a todas las oligarquías-, sino sobre todo de la voluntad de dominar y administrar profesionalmente las esferas de la vida para constituirlas como objetos despolitizados de posible control técnico. Así, las determinaciones de la tecnoburocratización fueron concebidas e interpretadas como un antídoto contra la crisis del sistema.

En el marco global, la solución del problema de la ingobernabilidad en los países capitalistas desarrollados debía venir con la restauración de mecanismos de competencia que pusieran una barrera a la inflación en sentido estricto y a la inflación de pretensiones en sentido amplio. Sin embargo, no se afectó la producción conspicua ni el dispendio de los países opulentos. La fórmula aplicada -lo mismo en el primero que en el tercer mundo- fue la de desmontar los mecanismos de seguridad social del Estado de bienestar, así como las posiciones de poder económico y político que hubieran alcanzado los sindicatos.

Proliferó, necesaria y correlativamente, el argumento de la teoría conservadora de la democracia -neoliberal-, que señalaba la insuficiente capacidad de dirección del Estado arguyendo que la competencia entre los partidos y la periodicidad de las luchas electorales obstaculizaban la necesaria orientación a largo plazo de las actuaciones y planificaciones del Estado, lastrando con discontinuidades constantemente la concepción y puesta en práctica de los programas de gobierno.

A partir de las cruzadas autoritarias del neoliberalismo y el neocorporativismo se dio paso al denominado fin de la política, en pos de promover un "Estado de seguridad" que seguía fincado en el "liberalismo de grupos de interés" (Schumpeter) concominante al Estado bienestarista, a través de la burocratización estructural, la componenda entre grupos y la despolitización social.

En esa fase de planificación capitalista y de medidas anticrisis, las determinaciones en torno de las grandes decisiones políticas provienen crecientemente de un proceso de negociación arcano y sumamente inaccesible, que involucra a las esferas que mandan dentro del Estado y la sociedad.

Neocorporativismo:
"democracia" de élites


En las décadas de los 70 y los 80, las medidas anticrisis fundamentaban directamente y justificaron funcionalmente los intentos de desarrollar el sistema de "corporativismo liberal", lo que a su vez significaba propiciar, en un cierto sentido, la "socialización" de la política del Estado. El neocorporativismo se convirtió en un instrumento auxiliar del centro de control que posibilitaba la autocoordinación social. La iniciativa todavía partía del centro, pero ese centro ya no podía aportar, ni siquiera teóricamente, las soluciones de la iniciativa.

El elevado grado de neocorporativismo parecía reducir la ingobiernabilidad, sobre todo en el norte de Europa. De hecho, las formas de control indirecto siempre han sido motivo de interés. En esa técnica, el control de los organismos paraestatales, la delegación de tareas estatales a grupos privados y muchas formas de actuación casi soberana de organizaciones no estatales fueron aplicados bajo la teoría del corporativismo liberal.

Las propuestas de saneamiento neocorporativistas pretendían resolver el problema mediante sistemas de engarce de la política estatal con grandes grupos organizados; sin embargo, al apoyarse demasiado en la estructura de esos intereses colectivos podían producir su propia ruina: en la medida de que tales intereses se integraran en las instituciones, de hecho también perderían su función de garantizar la estabilidad.

En grandes rasgos, el mecanismo supone que grandes organizaciones burocráticas (corporaciones privadas, trabajo organizado, partidos cartelizados, titulares de gobiernos y, en el trasfondo, los medios masivos) negocian entre sí dentro del marco del aparato estatal e imponen presuntas soluciones a demandas que conciernen a la sociedad en su conjunto. Tal política arcana de intereses especiales supone que los ciudadanos no deliberan más, en los brazos de la servidumbre burocrática.

El Estado burocrático tiene que abandonar sus pretensiones democráticas y reducir las expectativas. Está obligado a abogar en favor del principio de restricción: los grupos marginales tienen que aprender a exigir menos del gobierno; los líderes sindicales tienen que evitar las demandas inflexibles; los políticos han de asumir decisiones impopulares. En México, esto se conoce como "apretarse el cinturón".
Aunque aparentemente la política institucionalizada aumenta la capacidad de respuesta y la legitimidad del Estado, lo que sucede es lo contrario: los participantes institucionalizados se convierten fácilmente en grupos de veto y limitan así la efectividad del gobierno. Entonces, según este enfoque, un "exceso de democracia" promueve directamente mecanismos burocráticos siempre más complejos y "desconcierto" (Huntington) entre su clientela política insatisfecha. El círculo de nuevo se cierra.

En México, la crisis en episodios

En México, montado en las formas del viejo corporativismo que seguían dominantes en el partido oficial y en el gobierno, desde la "Alianza para la producción" y la "Reunión de la República" convocadas por López Portillo se desarrollaron mecanismos de corte neocorporativista para enfrentar la crisis económica. Los cuales, bajo el talante de consolidar la tecnoburocratización, a partir del sexenio de Miguel de la Madrid tomaron el modelo de "pacto" entre gobierno, capital privado y fuerza de trabajo.

Ese mecanismo se reforzaría, en el periodo de Carlos Salinas, con la movilización de grupos sociales económicamente deprimidos -bajo la batuta del gobierno- conocida como PRONASOL (Programa Nacional de Solidaridad). Dicho "solidarismo" serviría de telón de fondo para las reformas legales que echaron por tierra el andamiaje reformista y los mecanismos de Estado social que venían desde tiempos de Lázaro Cárdenas, y de esa forma dejar la puerta abierta a la aplicación irrestricta de las medidas económicas acordadas con las agencias financieras internacionales.

El complejo conjunto de ajustes y andamiajes de "ingeniería política" ("política, política y más política...", C.S.G.) de que hizo gala el salinismo, erigido sin cimientos ni "obra negra" pero siempre bajo la tecnoburocratización, presuponía la posibilidad de prolongarse como grupo en el poder montado incluso sobre las espaldas y a costa del viejo mecanismo del priismo y la "familia revolucionaria".
Implicaba estrictamente una integración de las grandes "cúpulas" neoliberales ("tigres" y "jaguares", desde el tabasqueño Cabal hasta el "soldado del Presidente": Azcárraga) para conservar el poder en términos de una milenarista (para finales del pasado y comienzos del nuevo milenio) "contrarreforma política". Hasta el momento, el proyecto sigue su curso sin ser desmontado.

Socialización de la producción,
apropiación privada del producto


En otro marco, Claus Offe, teórico neomarxista alemán, denunciaba que tan eclécticas se veían las explicaciones ofrecidas acerca de la crisis política de la "ingobernabilidad" por parte de los teóricos conservadores -y lo mismo afirmaba de sus oponentes socialdemocrátas-, como igual de incoherentes y caprichosas aparecían las terapias propuestas: por un lado, el lamento difuso acerca de la fragilidad de las situaciones sociales que resultaba de los procesos de modernización políticos y económicos; por otro lado, las exhortaciones que se hacían al mundo político y a la opinión pública política para que abandonaran los escrúpulos tradicionales y tomaran, con un resuelto pragmatismo, el camino de vuelta a la estabilidad y al "orden".

De acuerdo a ese enfoque, la polémica contra la modernización política no requería de ninguna fundamentación consistente, de ninguna programación ni de ninguna teoría sobre la transición política para dominar la situación; el asunto se resolvía lisa y lirondamente: bastaba con integrar una coalición negativa antipolítica de los amenazados (real o pretendidamente) por reformas, invocando unas potencias del orden que estaban ya desgastadas o que se habían vuelto subversivas y que, por tanto, más valdría dejar de lado.

En palabras de Offe, el Estado sólo puede funcionar como Estado capitalista haciendo un llamado a los símbolos y las fuentes de apoyo que ocultan su naturaleza de Estado capitalista; la existencia de un Estado capitalista presupone la negación sistemática de su naturaleza como tal. Bajo la presión que presupone este problema estructural, las élites del Estado definitivamente desalientan la vida pública autónoma.

Esto se debe, como se citaba antes a Huntington, a que los procesos de democratización sustantiva cargarían en exceso al aparato estatal con exigencias que, por otra parte, podrían llevar a la conciencia popular la contradicción que hay entre la socialización de la producción que hace el Estado y la dependencia continua de la asignación privada del valor excedente.

México, aquí, ahora:
polarización social e ilegitimidad


En México, llegamos a las elecciones presidenciales de 2006 con el resultado empírico-formal en las urnas, luego de un virtual empate entre los dos candidatos punteros. Pero, atrás de eso, del triunfo cantado por el IFE apenas 12 horas después de cerrada la votación, en realidad el presidente Vicente Fox entró en campaña tres años atrás, luego de que su partido perdiera las elecciones intermedias de 2003.

Entonces Fox inició la campaña presidencial y su campaña “personal” contra López Obrador, que lo llevó a la abortada intentona de desaforarlo en 2005. Sus candidatos preferidos eran Martita (cónyuge), primero, y luego Santiago Creel, pero en el último año echó toda la carne al asador para mantener a su partido en el poder presidencial, que le cuidará las espaldas.

Luego de una campaña electoral que podemos llamar “de Estado”, fraudulenta desde sus inicios, amañada por completo e inequitativa, en el rejuego cruzado del gasto publicitario abrumador pagado por el erario y la “guerra sucia” impulsada por la troika PAN-grandes televisoras y la gran empresa convertida en (seudo)partido político, vivimos una situación política inusitada y sin precedentes en México. Lo cual supone una carga ineludible de ilegitimidad. Esto avizora un cambio a fondo de las formas institucionales y legales de establecer la legitimidad en el recambio de poderes. La vía que viene desde 1857, calcada en el ahora zozobrante modelo estadunidense, da bandazos y muestra visos de irse a pique.

Crisis y neomarxismo

Para las izquierdas, a su vez, las crisis son abordadas como constelaciones de "trastornos" que pueden ser acontecimientos productivos históricamente; como una serie de sucesos problemáticos sobre cuyo desenlace es posible hacer previsiones negativas, es decir, que ciertos esquemas de resolución de las crisis se revelen como inservibles. Así, las crisis no son sucesos contingentes, como un accidente que tanto podría ocurrir que no ocurrir, sino manifestaciones de tensiones y "fallos de construcción" inherentes a los principios organizativos de una formación social.
Ante las sucesivas crisis que afectaban a todos los estados burocráticos, los enfoques neomarxistas hicieron progresos en dirección de una ciencia moderna en el análisis de las condiciones de intercambio de los subámbitos de la sociedad. Los regímenes de acumulación, los modos de producción y los modos de regulación fueron concebidos como esferas relativamente autónomas, que no podían ya deducirse unas de otras.

Se llevó a cabo una diferenciación intelectual parcial de los subsistemas económico y político. El capital y el proletariado ya no se entendían como bloques monolíticos. El análisis neomarxista del poder en el Estado capitalista se destotalizó.

El nuevo enfoque combinaba una aspiración "antiguomoderna" a la totalidad de la explicación con un sentido posmoderno de la mencionada autonomía e irreductibilidad de los subámbitos de la sociedad. Se renunció a las superabstraccciones: ya no hay un capitalismo, sino capitalismos. Una consecuencia de esta callada posmodernización del neomarxismo fue el pregón precipitado que anunciaba el final de las esperanzas revolucionarias y la despedida de los sujetos revolucionarios.

Los préstamos conceptuales de los autopoiéticos, que descubrieron el "orden mediante la fluctuación", fueron aceptados. Como teoría de crisis, el enfoque buscaba legalidades de las discontinuidades y regularidades en la producción del sistema de equilibrio transitorio. El crítico proceso de adaptación del equilibrio al desequilibrio fue descrito en los términos de la teoría contemporánea de las catástrofes.

El análisis se desplazó desde un determinismo económico a un análisis político del poder capitalista; el determinismo económico del marxismo anterior fue suprimido. Este desplazamiento del interés hacia el sector cultural había sido preparado mucho tiempo atrás en la Escuela de Frankfurt. Jürgen Habermas consideraba posible que en la sociedad postindustrial el papel impulsor de la transformación pasara a manos del sistema educativo y científico.

La idea de Gramsci de que la hegemonía cultural es el prerrequisito de una revolución esencialmente más civil fue desarrollada bajo numerosas variantes en el neomarxismo, sobre todo en los países latinos. La hegemonía se caracterizó como la capacidad de un modelo de circunstancias sociales de imponerse ejemplarmente.
Las instituciones, que como sujeto no marxista se habían dejado durante mucho tiempo "a la derecha", volvieron a situarse en el centro del análisis. Tenían en común que explicaban la dinámica de las clases y de los grupos sobre todo mediante los sistemas dominantes de creencias. Buscaban explicar de este modo por qué había que revisar las antiguas teorías del colapso.

El interés por la superestructura cultural creció de forma directamente proporcional al anquilosamiento del socialismo real y a la impotencia de la inteligencia de izquierdas en Occidente.

Desde esta perspectiva, cada vez es más claro que las sociedades industriales capitalistas desarrolladas carecen de mecanismos válidos por medio de los cuales puedan hacer concordar las normas y valores de sus miembros con todas las condiciones sistémicas de funcionamiento a que están sometidas.

La solución siempre es encontrar al “enemigo externo” –y ahora “interno”- y proceder al derroche que no exige justificaciones: la guerra, la economía bélica. En tal sentido, son ingobernables de una vez por todas, y si no ha esto sucedido por completo se debe a que ha prevalecido un largo periodo de prosperidad -mediante la globalización financiera y tecnológica-, y que así hayan podido vivir bajo esta ingobernabilidad.

En todo caso, sólo si se dejan de lado las condiciones estructurales de la "ingobernabilidad" puede caerse en la actitud de alarma -el clásico "ahí viene el lobo"- que propaga la literatura neoconservadora de la crisis. O bien suponer que el problema tenga visos de solución simplemente tratando de afianzar las reglas y normas de comportamiento a que obedecen las actuaciones (aquí, el legalismo de las elecciones), de forma que concuerden de nuevo con los imperativos funcionales y las "leyes objetivas" a que está sometido el sistema.

Frente a ese desfase, tanto Habermas como Offe están conscientes de que las contradicciones administrativas y culturales del capitalismo tardío tienden a fomentar respuestas estatales autoritarias y cierta organización paramilitar de la sociedad. Tal situación se ha patentizado en los últimos años con la emergencia de nacionalismos beligerantes, neonacismos y fundamentalismos, hasta los terrorismos y el tecnoterrorismo global de la ultraderecha republicana gringa, así como las agresiones a los migrantes -basta ver nuestra frontera norte-, entre otros efectos convulsos.

Por otra parte, John Keane alude a la posibilidad de una confrontación generalizada entre, por una parte, los intentos burocrático-administrativos (cuyos campeones son el neoliberalismo y el neocorporativismo) para reestructurar al Estado del capitalismo tardío y la vida social en pro de una nueva fase de acumulación, y por otra las luchas de los movimientos autónomos para hablar y ser oídos, para repolitizar sus vidas cotidianas y establecer formas sociales y políticas cualitativamente nuevas en donde predominen las esferas públicas del mutualismo, la discusión y la preocupación de las necesidades concretas.

¿Crisis terminal, de bifurcación?

Ante el previsible vacío de poder que podría sobrevenir al inicio del nuevo gobierno panista, en un marco de polarización de fuerzas y una frustración similar a la del post-68, con el aprobado ingreso de un Ejecutivo de derecha débil, donde el bloque de poder ultraderechista no chistará en imponer la represión en todas sus facetas, los trabajadores en general se ven orillados a revisar sus estrategias políticas y gremiales y desconstruir sus alternativas y horizontes teórico-ideológicos. No va a ser posible la neutralidad ni el simple neocorporativismo, al menos para los menos fuertes en su lugar dentro de la cadena productiva, sino que las definiciones se darán por sí mismas.

El tema, el contexto a resolver políticamente, ya dejó de ser únicamente López Obrador y la izquierda contrapuestos a la derecha y Calderón. En realidad, estamos llegando a una crisis final que cierra el ciclo de crisis que viene desde los años 70… A una crisis de bifurcación, según las teorías del caos, cuando todas las estructuras de la sociedad se tornan altamente sensitivas, registran la más mínima fluctuación y cambian con ella a través de bifurcaciones que implican intensos conflictos. Estamos al borde de un cambio de ciclo, no para 2010 como se ha augurado, sino que ya lo estamos viviendo y tendrá más peso que la mera molestia de los bloqueos en el Paseo de la Reforma, que hicieron tan felices a los capitostes de la comunicación estratosféricamente pagada.

En la cultura, ante una época de transición salen a la superficie, en profusión, ideas y valores nuevos, inicialmente pequeños y débiles. Pero una vez que han emergido, algunos de entre ellos muestran una disposición a “nuclearse”, se apoderan de la imaginación de vastas capas de la población y cambian los modos dominantes de pensar y de actuar. Por lo tanto, no se trata únicamente de una toma de partido, sino de responder a los tiempos que nos impone la realidad con toda la capacidad crítica y también de avanzar en la reconstrucción de los pactos de confiabilidad, que dan consistencia a unos y otros modos de interactuar. Es decir, habrá que erigir los campamentos civiles-culturales como una nueva e incipiente reivindicación.

La gran duda que queda en el aire es si el próximo gobierno continuará aplicando la misma política económica (subordinada al FMI-Banco Mundial), propiciadora de desempleo y grandes costos sociales, conjuntamente con su bajísimo perfil político -esto es, la estrategia de la paralización también proveniente del neocapitalismo-, que utilizó el foxismo durante todo el sexenio, aunque sin descuidar su sobrecargada política mediática y su ofensiva personal contra AMLO, para hacer frente a la muy prolongada, recurrente y larvada crisis económica, social y política que ha vivido el país en las últimas décadas. Entonces, ¿el fantasma de la ingobernabilidad seguirá espantándonos con sus verdades a medias y sus mitos geniales?

Publicado en la revista Foro Universitario, Nº 10, octubre 2006, México

Bibliografía:
-Cancino, César, Alarcón ín, Víctor, La filosofía política de fin de siglo, Triana Ed. y Universidad Iberoamericana, México, 1994.
-Offe, Claus, Partidos políticos y nuevos movimientos sociales, Ed. Sistema, Col. Politeia, Madrid, 1992.
-Contradicciones en el Estado del Bienestar, Alianza Editorial, Alianza Universitaria, Madrid, primera reimpresión 1994.
-von Beyme, Klaus, Teoría POlguolítica del siglo XX. De la modernidad a la postmodernidad, Alianza Editorial, Alianza Universitaria, Madrid, 1994.
-Keane, John, Vida pública y el capitalismo tardío, Ed. Patria/Alianza Editorial, México, 1992.
-Luhmann, Niklas, Teoría política en el Estado de bienestar, Alianza Editorial, Alianza Universitaria, Madrid, 1993.

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